Las tumbas de los siglos V al XIV, excavadas y analizadas, desvelan la durísima forma de vida del poblado
Es un viaje hacia el conocimiento, hacia la historia, hacia los orígenes de nuestros antepasados. El poblado de Veranes, en la gijonesa parroquia de Cenero, empieza a descubrir sus secretos. Fueron muchos siglos de ocupación, de trabajo en comunidad, de servilismo y, en general, de unas condiciones de vida muy duras. Quedan ahora los restos, las tumbas de sus pobladores, que encierran en sí mismas, en aquellos huesos, los secretos de varias civilizaciones.
¿Cómo vivían aquellas gentes? ¿Cuáles eran sus problemas de salud? ¿Cómo y de qué se alimentaban? Estas y otras muchas preguntas tienen su respuesta en los restos de más de mil individuos de la necrópolis fechada entre los siglos V y XIV, hasta ahora la única localizada. En la Universidad Autónoma de Madrid se están buscando las respuestas. Algunas ya empiezan a tomar forma y, de momento, todas desvelan las durísimas condiciones en las que se vivía en la zona en la Edad Media.
El muestreo que ofrece el yacimiento arqueológico de Veranes es un filón para los antropólogos. Años de trabajo han puesto al descubierto 642 tumbas, muchas de ellas reutilizadas hasta en tres o en cuatro ocasiones, que ofrecen en sus restos, esqueleto a esqueleto, hueso a hueso, una radiografía de la vida de las gentes que poblaron aquel entorno desde el siglo V hasta mediados del siglo XIV. Mil años de historia en un estado de conservación más que digno, probablemente por el binomio tierra-temperatura que ha permitido preservar este tesoro arqueológico con el paso de los siglos.
Un bebé es la referencia más antigua datada por los expertos que, sin embargo, aún no han localizado el cementerio romano, de los tiempos del 'Dominus', aunque seguro que no estará demasiado lejos. Armando González, profesor de la Comisión Docente de Antropología del Departamento de Biología de la Universidad Autónoma de Madrid, y responsable de los estudios de la población de Veranes, tiene la explicación: «los romanos siempre habilitaban los cementerios fuera de las murallas de sus poblados». Incluso se atreve a vaticinar, con bastantes probabilidades de éxito, el lugar aproximado donde se encontrará la necrópolis romana en el yacimiento gijonés. Tiempo habrá para intentar localizarlo. En todo caso, a expensas de futuras excavaciones, lo importante ahora, el motivo de su trabajo, se concentra en estos momentos y desde hace tiempo (la colaboración con el equipo de Carmen Fernández Ochoa y Fernando Gil Sendino data del año 1997) en el análisis de los restos ya recuperados, los mismos que son tratados con mimo, estudiados, seleccionados, fotografiados y, con posterioridad, trasladados en cajas a la Facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma de Madrid.
¿Qué nos cuentan esos huesos? Ante todo, es necesario mencionar que los estudiosos del yacimiento arqueológico gijonés, de la villa astur-romana de Veranes, hablan de restos que tienen entre 500 y 1.500 años, concentrados en una superficie en torno a los 4.000 metros cuadrados y buena parte de ellos alrededor de la zona de culto. No quiere ello decir que los habitantes de la villa estuvieran siempre concentrados en ese punto.
Todo lo contrario. Las viviendas y sus centros de trabajo, tanto en el campo como con los animales, estaban más bien desperdigados aunque luego, sobre todo entre los siglos V y XIV, con predominio del Cristianismo, tenían en la iglesia, en el templo, su lugar de encuentro y hasta de recaudación de impuestos. De todas formas, ya en el siglo II de la era cristiana, bajo el dominio de los romanos, la villa era una auténtica explotación agropecuaria, como otras muchas de la zona, al servicio del 'dominus' que, como se ha constatado, disponía de una vivienda con muchas más comodidades que sus sirvientes, en la que no faltaban desde las termas hasta habitaciones calefactadas, para combatir los rigores del tiempo.
Sin rastro de bebés
Una primera curiosidad que presentan los restos de Veranes y con la que se han encontrado los investigadores Armando González y Josefina Rascón es que, a pesar de que se presume que el grado de fecundidad de las mujeres sería elevado, al igual que el de mortalidad, se han encontrado escasas tumbas de bebés de cero a un años, sencillos de identificar, entre otros detalles, por su perímetro cefálico. Sí que aparecen cuerpos de niños entre los 9 y los 12 años. Aunque no es sencillo de determinar, Armando González especula con que la contada presencia de cadáveres de bebés «pueder ser debida a un tratamiento funerario diferencial, que se hiciera, igual por una cuestión ritual, en otras zonas alejadas de los enterramientos de los adultos o, incluso, dentro de la misma iglesia. Lo único cierto es que falta esa proporción de bebés en toda la necrópolis excavada».
Lo que queda claro es que la vida de los adultos no era, precisamente, sencilla. Su actividad laboral se desarrollaba en torno a la luz solar y a base de un trabajo físico que tenía unas serias consecuencias en su calidad de vida, incluso a unas edades relativamente tempranas. El estudio de los huesos refleja unas patologías de enfermedades degenerativas, del tipo de la artrosis, incluso en individuos muy jóvenes, que se intensificaban con el tiempo y las hacían perder calidad de vida muy pronto.
Numerosas fracturas
Consecuencia de todo ello es que la esperanza de vida se situaba en menos de 30 años, la vida media sobre los 40 y era excepcional que se superaran los 50. «A partir de los 45 años, un adulto ya entraba en la edad senil y, aunque pudiera llegar sin dientes, vivía en el ámbito familiar. Ello implica que existía una comunidad que lo cuidaba y explica, también, las formas de vida de aquellos individuos», expone Josefina Rascón.
Pero antes de llegar a esa 'avanzada' edad de los 40, cuando los adultos perdían buena parte de sus facultades, su existencia tampoco se antoja placentera. De hecho, del análisis de los huesos de reflejan abundantes casos de fracturas en extremidades, en piernas, brazos y costillas, todas por efectos traumáticos, de golpes, con toda probabilidad relacionados con la propia actividad del trabajo, y que eran curadas de la mejor forma que podían, de manera casera, teniendo en cuenta que carecían de personas con los mínimos conocimientos de Medicina. Llama la atención de los investigadores, en este sentido, que se localizaran numerosas fracturas, pero ninguna que tenga que ver con heridas relacionadas con agresiones con armas, con un hacha o similiar y que, aseguran, son sencillas de detectar en el análisis de los restos óseos.
Muy mal lo tenían que pasar, también, con los problemas bucales, con los dientes y las muelas. «Estudiando las mandíbulas es sencillo deducir que, algunos debían de llegar, en ocasiones, a unos estados de presión insoportables. Ahora te operas y resuelto, pero aquellas gentes tenían que sufrirlo, dejarlo correr y sin ninguna alternativa. Los dolores tenían que ser terribles», señala Armando González. Buena parte de la 'culpa' de aquella mala salud bucal, aunque es posible que llegaran a utilizar diferentes métodos para limpiar los dientes, lo tenía la propia alimentación, muy rica en hidratos de carbono: cereales, cebada, etcétera, fruto de su propio trabajo en la tierra, pero que son generadores de las caries. El resto, hasta destrozar los dientes y muelas, sólo era una cuestión de tiempo.
Vacas y ovejas viejas
Pero el listado de penitencias de aquellos habitantes de Veranes no se acababan, ni mucho menos, en las fracturas y en los dolores de muelas. Buena parte de ellos, de sus esqueletos, reflejan serios problemas en la columna vertebral derivados del trabajo y de las cervicales, en este caso por los esfuerzos del cuello y los métodos de transporte. Ello conllevaba que los adultos quedaran limitados para trabajar en edades relativamente tempranas.
Todos estos detalles, y otros muchos aún por detectar y contrastar, ayudan a formar el retrato robot de los millares de personas que, durante muchos siglos, vivieron y murieron en la villa de Veranes. Trabajaban de sol a sol. Se alimentaban de los cereales que ellos mismos trabajaban en el campo, de ovejas y vacas viejas, que sacrificaban después de haberles sacado todo el 'jugo' posible, de corderos, cerdos, jabalíes y todo aquellos que pudieran cazar con sus rudimentarios medios.
Casi veinte años de excavaciones, de restos de tumbas, han 'dado con sus huesos' en la Universidad Autónoma de Madrid. El Museo de la Villa de Veranes sigue abierto, luciendo viviendas y mosaicos, pero el secreto de la vida de aquellos esforzados hombres aún tiene muchos elementos por descrifrar. Los huesos, sus huesos, tienen la última palabra.
Fuente: http://www.elcomerciodigital.com
Fecha: 30/05/2010
Es un viaje hacia el conocimiento, hacia la historia, hacia los orígenes de nuestros antepasados. El poblado de Veranes, en la gijonesa parroquia de Cenero, empieza a descubrir sus secretos. Fueron muchos siglos de ocupación, de trabajo en comunidad, de servilismo y, en general, de unas condiciones de vida muy duras. Quedan ahora los restos, las tumbas de sus pobladores, que encierran en sí mismas, en aquellos huesos, los secretos de varias civilizaciones.
¿Cómo vivían aquellas gentes? ¿Cuáles eran sus problemas de salud? ¿Cómo y de qué se alimentaban? Estas y otras muchas preguntas tienen su respuesta en los restos de más de mil individuos de la necrópolis fechada entre los siglos V y XIV, hasta ahora la única localizada. En la Universidad Autónoma de Madrid se están buscando las respuestas. Algunas ya empiezan a tomar forma y, de momento, todas desvelan las durísimas condiciones en las que se vivía en la zona en la Edad Media.
El muestreo que ofrece el yacimiento arqueológico de Veranes es un filón para los antropólogos. Años de trabajo han puesto al descubierto 642 tumbas, muchas de ellas reutilizadas hasta en tres o en cuatro ocasiones, que ofrecen en sus restos, esqueleto a esqueleto, hueso a hueso, una radiografía de la vida de las gentes que poblaron aquel entorno desde el siglo V hasta mediados del siglo XIV. Mil años de historia en un estado de conservación más que digno, probablemente por el binomio tierra-temperatura que ha permitido preservar este tesoro arqueológico con el paso de los siglos.
Un bebé es la referencia más antigua datada por los expertos que, sin embargo, aún no han localizado el cementerio romano, de los tiempos del 'Dominus', aunque seguro que no estará demasiado lejos. Armando González, profesor de la Comisión Docente de Antropología del Departamento de Biología de la Universidad Autónoma de Madrid, y responsable de los estudios de la población de Veranes, tiene la explicación: «los romanos siempre habilitaban los cementerios fuera de las murallas de sus poblados». Incluso se atreve a vaticinar, con bastantes probabilidades de éxito, el lugar aproximado donde se encontrará la necrópolis romana en el yacimiento gijonés. Tiempo habrá para intentar localizarlo. En todo caso, a expensas de futuras excavaciones, lo importante ahora, el motivo de su trabajo, se concentra en estos momentos y desde hace tiempo (la colaboración con el equipo de Carmen Fernández Ochoa y Fernando Gil Sendino data del año 1997) en el análisis de los restos ya recuperados, los mismos que son tratados con mimo, estudiados, seleccionados, fotografiados y, con posterioridad, trasladados en cajas a la Facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma de Madrid.
¿Qué nos cuentan esos huesos? Ante todo, es necesario mencionar que los estudiosos del yacimiento arqueológico gijonés, de la villa astur-romana de Veranes, hablan de restos que tienen entre 500 y 1.500 años, concentrados en una superficie en torno a los 4.000 metros cuadrados y buena parte de ellos alrededor de la zona de culto. No quiere ello decir que los habitantes de la villa estuvieran siempre concentrados en ese punto.
Todo lo contrario. Las viviendas y sus centros de trabajo, tanto en el campo como con los animales, estaban más bien desperdigados aunque luego, sobre todo entre los siglos V y XIV, con predominio del Cristianismo, tenían en la iglesia, en el templo, su lugar de encuentro y hasta de recaudación de impuestos. De todas formas, ya en el siglo II de la era cristiana, bajo el dominio de los romanos, la villa era una auténtica explotación agropecuaria, como otras muchas de la zona, al servicio del 'dominus' que, como se ha constatado, disponía de una vivienda con muchas más comodidades que sus sirvientes, en la que no faltaban desde las termas hasta habitaciones calefactadas, para combatir los rigores del tiempo.
Sin rastro de bebés
Una primera curiosidad que presentan los restos de Veranes y con la que se han encontrado los investigadores Armando González y Josefina Rascón es que, a pesar de que se presume que el grado de fecundidad de las mujeres sería elevado, al igual que el de mortalidad, se han encontrado escasas tumbas de bebés de cero a un años, sencillos de identificar, entre otros detalles, por su perímetro cefálico. Sí que aparecen cuerpos de niños entre los 9 y los 12 años. Aunque no es sencillo de determinar, Armando González especula con que la contada presencia de cadáveres de bebés «pueder ser debida a un tratamiento funerario diferencial, que se hiciera, igual por una cuestión ritual, en otras zonas alejadas de los enterramientos de los adultos o, incluso, dentro de la misma iglesia. Lo único cierto es que falta esa proporción de bebés en toda la necrópolis excavada».
Lo que queda claro es que la vida de los adultos no era, precisamente, sencilla. Su actividad laboral se desarrollaba en torno a la luz solar y a base de un trabajo físico que tenía unas serias consecuencias en su calidad de vida, incluso a unas edades relativamente tempranas. El estudio de los huesos refleja unas patologías de enfermedades degenerativas, del tipo de la artrosis, incluso en individuos muy jóvenes, que se intensificaban con el tiempo y las hacían perder calidad de vida muy pronto.
Numerosas fracturas
Consecuencia de todo ello es que la esperanza de vida se situaba en menos de 30 años, la vida media sobre los 40 y era excepcional que se superaran los 50. «A partir de los 45 años, un adulto ya entraba en la edad senil y, aunque pudiera llegar sin dientes, vivía en el ámbito familiar. Ello implica que existía una comunidad que lo cuidaba y explica, también, las formas de vida de aquellos individuos», expone Josefina Rascón.
Pero antes de llegar a esa 'avanzada' edad de los 40, cuando los adultos perdían buena parte de sus facultades, su existencia tampoco se antoja placentera. De hecho, del análisis de los huesos de reflejan abundantes casos de fracturas en extremidades, en piernas, brazos y costillas, todas por efectos traumáticos, de golpes, con toda probabilidad relacionados con la propia actividad del trabajo, y que eran curadas de la mejor forma que podían, de manera casera, teniendo en cuenta que carecían de personas con los mínimos conocimientos de Medicina. Llama la atención de los investigadores, en este sentido, que se localizaran numerosas fracturas, pero ninguna que tenga que ver con heridas relacionadas con agresiones con armas, con un hacha o similiar y que, aseguran, son sencillas de detectar en el análisis de los restos óseos.
Muy mal lo tenían que pasar, también, con los problemas bucales, con los dientes y las muelas. «Estudiando las mandíbulas es sencillo deducir que, algunos debían de llegar, en ocasiones, a unos estados de presión insoportables. Ahora te operas y resuelto, pero aquellas gentes tenían que sufrirlo, dejarlo correr y sin ninguna alternativa. Los dolores tenían que ser terribles», señala Armando González. Buena parte de la 'culpa' de aquella mala salud bucal, aunque es posible que llegaran a utilizar diferentes métodos para limpiar los dientes, lo tenía la propia alimentación, muy rica en hidratos de carbono: cereales, cebada, etcétera, fruto de su propio trabajo en la tierra, pero que son generadores de las caries. El resto, hasta destrozar los dientes y muelas, sólo era una cuestión de tiempo.
Vacas y ovejas viejas
Pero el listado de penitencias de aquellos habitantes de Veranes no se acababan, ni mucho menos, en las fracturas y en los dolores de muelas. Buena parte de ellos, de sus esqueletos, reflejan serios problemas en la columna vertebral derivados del trabajo y de las cervicales, en este caso por los esfuerzos del cuello y los métodos de transporte. Ello conllevaba que los adultos quedaran limitados para trabajar en edades relativamente tempranas.
Todos estos detalles, y otros muchos aún por detectar y contrastar, ayudan a formar el retrato robot de los millares de personas que, durante muchos siglos, vivieron y murieron en la villa de Veranes. Trabajaban de sol a sol. Se alimentaban de los cereales que ellos mismos trabajaban en el campo, de ovejas y vacas viejas, que sacrificaban después de haberles sacado todo el 'jugo' posible, de corderos, cerdos, jabalíes y todo aquellos que pudieran cazar con sus rudimentarios medios.
Casi veinte años de excavaciones, de restos de tumbas, han 'dado con sus huesos' en la Universidad Autónoma de Madrid. El Museo de la Villa de Veranes sigue abierto, luciendo viviendas y mosaicos, pero el secreto de la vida de aquellos esforzados hombres aún tiene muchos elementos por descrifrar. Los huesos, sus huesos, tienen la última palabra.
Fuente: http://www.elcomerciodigital.com
Fecha: 30/05/2010
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