El norte de Grecia lo ocupa Macedonia enmarcada por el mar Egeo, el lago Prespa y el monte Olimpo. Macedonia es la tierra de Alejandro el Magno como lo atestiguan las ruinas de Pella donde nació uno de los grandes líderes de la antigüedad. Es también la tierra de Filipo II, el padre y mentor, el militar que conquistó la Grecia Clásica, el hombre emprendedor que abrió horizontes a su hijo. Ambos dejaron impronta de su capacidad de mando, de su ambición, de su empeño en conquistar nuevas tierras, en expandir su reino. Una expansión, siempre hacia el sur. En el norte se topaban con el macizo de los Balcanes, una dificultad orográfica insalvable en el siglo IV a. C. Conquistar el sur, un mundo desarrollado y rico, era una empresa más fácil y prometedora. En la conquista de nuevas tierras murió Alejandro, si bien sobre donde está su tumba hay teorías para todos los gustos. Sin embargo, sobre Filipo II no hay duda. Fue asesinado en Aigia el año 336 a.C., durante la boda de su hija Cleopatra y allí está enterrado.
Vergina se encuentra en el centro de Macedonia, a 80 kilómetros de Thesalónica, y a 11 de Veria. Es una pequeña población a los pies de una colina conocida como Monte Pieria en la que en el siglo XIX arqueólogos franceses encontraron las ruinas de Aigia o Egas, la primera capital del antiguo y poderoso reino de Macedonia, creado por la dinastía Argea en el año 650 a.C. El arqueólogo León Heuzay descubrió hacia el año 1860 parte del antiguo palacio real, un teatro, casas y un templo. Heuzay Intuyó la importancia del yacimiento pero no supo ponerle nombre. Esa importancia venía dada por los restos encontrados y por la necrópolis que se extiende al este de la ciudad con unos 300 túmulos funerarios que proceden de épocas tan distintas como la Edad de Bronce o la época helenística. De la necrópolis lo que más sorprendió a Heuzay fue el excepcional tamaño de un túmulo que, en contraposición a las pequeñas dimensiones habituales, sobrepasaba los 12 metros de altura y los 110 metros de diámetro. El arqueólogo francés escribió que en estas tumbas subterráneas, como en Egipto o Etruria, existe algo más que una mera selección de objetos antiguos, “en estos túmulos yacen la vida y la historia de un pueblo en espera de ser descubierto”.
La intuición del francés la confirmó un siglo más tarde el también arqueólogo Manolis Andronikos que en 1977 excavó la necrópolis en la que encontró varias tumbas. Todo un hallazgo por la importancia artística de las mismas y el extraordinario contenido de los ajuares funerarios. Estos descubrimientos permitieron identificar las ruinas como la primigenia capital macedonia, Aigia, y revelaron al mundo la existencia de la tumba de Filipo II, lo que convirtió a Vergina en el yacimiento más importante e impresionante de la Grecia antigua. Al descubrimiento de las tumbas reales macedonias se le dio la misma importancia que la que tuvieron en su momento las de las tumbas de Tutankamóm y la peruana del señor de Sipán.
Andrónikos entró en 1977 en el gran túmulo. La primera tumba que excavó tiene estructura rectangular y fue saqueada en la antigüedad, por tanto carecía de ajuar funerario. Sin embargo, la tumba se considera importante por las valiosas pinturas que decoran tres de sus paredes. En todas ellas aparecen figuras de gran tamaño que representan escenas mitológicas. Se trata de una decoración exquisita realizada por un artista de gran talento y con capacidad técnica para el dibujo porque el conjunto tiene fuerza y gran calidad artística.
La segunda tumba excavada cuenta con una importante fachada exterior adornada con columnas dóricas y con una destacada escena de caza en la que intervienen hombres a caballo. Tras pasar la puerta, el arqueólogo griego tuvo que descender por un largo y profundo pasillo subterráneo hasta llegar a la cámara funeraria construida en bóveda de medio cañón. Para su sorpresa, la encontró intacta. Para suerte de la humanidad no había sido profanada ni pasto de los ladrones. Se conservaba en el mismo estado que cuando fue cerrada hace veinticuatro siglos: en el interior del sarcófago de mármol había dos arquetas de oro ricamente decoradas y un extraordinario ajuar funerario. A la vista de la importancia arquitectónica de la tumba, de su extraordinaria decoración, del grandioso ajuar que le acompañaba, y de los símbolos reales macedonios que adornaban las arquetas, llevó a los arqueólogos y expertos a la conclusión de que se trataba de la tumba de Filipo II.
La arqueta más grande contenía restos incinerados de un hombre y una corona de oro, decorada con hojas de roble y bellotas. En la segunda se encontraron los restos calcinados de una mujer recubiertos por una tela púrpura cosida con oro. Había también dos diademas de oro: una con una decoración de flores, rosas y abejas, y la otra de hojas de mirto entrelazadas.
En 1978 se halló una tercera tumba, también de medio cañón e igualmente intacta. Se da por hecho que perteneció a un príncipe de Macedonia ya que el ajuar funerario también era de envergadura: una urna funeraria de plata y dentro una corona de hojas de roble y bellotas adornada con relieves de marfil y oro.
El descubrimiento efectuado dentro del túmulo de Vergina superó con mucho las expectativas. Se trataba de un yacimiento arqueológico y un enterramiento excepcional, y un ajuar funerario todavía más excepcional. El lujo y la devoción que dedicaban los antiguos macedonios a la vida póstuma permanecen intactos en la tumba de Vergina que está catalogada como Patrimonio de la Humanidad.
Desde 1993, se construyó un túmulo artificial, simulando el original, para preservar las tumbas. El espacio existente entre las mismas se ha aprovechado como museo donde se exhibe lo hallado en las excavaciones. Destacan las piezas encontradas en el ajuar funerario: objetos de oro y plata, yelmos, lanzas, armaduras, incluida la de Filipo, varias cabezas de marfil, vajillas de plata y bronce, las urnas funerarias y las coronas.
Fuente: El Imparcial
Fecha: 06/09/2010
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