El esqueleto de un hombre de 2,35 metros que malvivió en el siglo XIX, canoas filipinas y otras curiosidades del Museo Nacional de Antropología
Nosce te ipsum: "Conócete a ti mismo", reza el frontispicio del Museo Nacional de Antropología. Puede que el visitante no logre tan elevado fin adentrándose en este lugar, pero es seguro que conocerá mucho sobre los otros, aunque sean muy lejanos. Este edificio de corte neoclásico, en la esquina de la calle de Alfonso XII con el paseo de la Infanta Isabel, guarda la esencia de culturas ajenas y exóticas, y alguna que otra sorpresa abracadabrante.
Después de subir la escalinata y pasar entre las gruesas columnas jónicas que sostienen el frontón, se accede al patio central del museo. Allá arriba, una gran claraboya arroja una luz tenue y azulada. Hay un silencio que parece no querer despertar a las armaduras y vestidos que se exponen. Aquí el tiempo también duerme. Lo primero que sorprende es encontrar dos grandes embarcaciones -de unos 13 metros de eslora- vaciadas en gruesos troncos, suspendidas a gran altura sobre el suelo. Son canoas filipinas que fueron traídas a Madrid a finales del XIX y expuestas en el parque del Retiro, flotando en las aguas del lago del Palacio de Cristal. Toda la planta baja está dedicada a Asia, principalmente a Filipinas, la mayoría de los objetos que aquí se muestran pertenecen a la cultura de esta antigua colonia española.
Hay poca gente hoy -acudieron 46.024 visitantes en todo el año 2008- y eso hace agradable el paseo por la colección. Puede uno concentrarse y tratar de imaginar a los hombres que alguna vez estuvieron dentro de las armaduras vacías, que se enfundaron en estos vestidos, que usaron estos utensilios. Al fondo, en la sala dedicada a las grandes religiones orientales (budismo, hinduismo e islam), se puede admirar una escultura entre fálica y ovoide, llamada lingam, que representa a Shiva, el dios hindú destructor y bailarín de cuatro brazos.
Algunas de las piezas más curiosas se encuentran en la sala dedicada a los orígenes del museo. Aquí el visitante puede retrotraerse a tiempos pretéritos: paredes rojas, muebles de madera regia, grandes puertas blancas, cierto aire de novela de misterio decimonónica. En sus comienzos el museo se dedicaba a la antropología física y la anatomía, así que la sala está presidida por el muy bizarro Gigante Extremeño: un esqueleto y un vaciado de yeso del que fue, probablemente, el español más alto jamás nacido. Medía 2,35 metros, padecía acromegalia patológica, y se ganaba la vida como freak en ferias y circos cuando el doctor Velasco, el eminente anatomista que fundó y sufragó el museo con su propio capital, lo descubrió y decidió pagarle una pensión vitalicia a cambio de recibir, a la muerte del Gigante, su cadáver. Un pacto propio de Fausto. El Gigante se vino a Madrid a dilapidar su sueldo en una vida libertina y tabernaria. Cuando el doctor Velasco se preocupó por su salud, ante tal desenfreno, el Gigante le restó importancia: "Cuanto antes muera yo, antes cobrará usted". Falleció poco después, a los 26 años. Desde entonces su esqueleto se expone en el museo para deleite de los curiosos.
También descansa aquí la momia guanche, un extraño óleo de un negro pío (con manchas blancas en la mayor parte de su cuerpo), un gran armario lleno de cráneos deformados por diferentes patologías y traumatismos, un esqueleto de mono, e incluso una cabeza momificada del Egipto faraónico.
El rey Alfonso XII inauguró esta institución en 1875 bajo la dirección de Velasco. En la misma sala cuelga el retrato del doctor, al lado del de su amadísima hija Conchita. Dicen las malas lenguas que cuando Conchita murió, muy joven, Velasco muy afectado, embalsamó su cadáver con tal pericia que durante años pudo guardar su cuerpo incorrupto en una vitrina. Dicen incluso que, a veces, la sentaba a la mesa durante la cena o la paseaba en un carruaje, al anochecer, por los alrededores del museo. El museo desmiente tales historias. Sin embargo, autores como Marco Besas, coautor del libro Madrid oculto, donde se refiere prolijamente la historia, no descarta que el doctor Velasco conservase el cuerpo de su hija: "Al fin y al cabo era un hombre acostumbrado a tratar con cadáveres. Para él no sería tan extraño como nos puede parecer a nosotros".
Viajemos ahora a África: en la segunda planta se reconstruye la cultura de varios pueblos. En un sofá descansa Alberto: "Vengo de visitar El Escorial y el Museo del Prado y, aunque esto no es tan conocido, me llamó la atención". A su lado está Lissette, su acompañante, que viene desde Puerto Rico. ¿Qué es lo que más os ha gustado? "A mí las cosas del budismo", dice Lissette. "Pues a mí las máscaras africanas", responde Alberto.
La planta tercera, dedicada al continente americano está cerrada por obras por el momento. Pilar Romero de Tejada, directora, explica los fines que persigue el museo: "Tenemos un fuerte compromiso con la multiculturalidad, la diversidad, el fomento del conocimiento del otro". Con tal fin se organizan talleres infantiles, ciclos de cine, conciertos, conferencias o exposiciones temporales, como la que se puede visitar actualmente, La ruta prometida, sobre los cayucos que parten de Senegal.
Autor: SERGIO C. FANJUL
Fuente: El País
Fecha: 29/04/2009
Nosce te ipsum: "Conócete a ti mismo", reza el frontispicio del Museo Nacional de Antropología. Puede que el visitante no logre tan elevado fin adentrándose en este lugar, pero es seguro que conocerá mucho sobre los otros, aunque sean muy lejanos. Este edificio de corte neoclásico, en la esquina de la calle de Alfonso XII con el paseo de la Infanta Isabel, guarda la esencia de culturas ajenas y exóticas, y alguna que otra sorpresa abracadabrante.
Después de subir la escalinata y pasar entre las gruesas columnas jónicas que sostienen el frontón, se accede al patio central del museo. Allá arriba, una gran claraboya arroja una luz tenue y azulada. Hay un silencio que parece no querer despertar a las armaduras y vestidos que se exponen. Aquí el tiempo también duerme. Lo primero que sorprende es encontrar dos grandes embarcaciones -de unos 13 metros de eslora- vaciadas en gruesos troncos, suspendidas a gran altura sobre el suelo. Son canoas filipinas que fueron traídas a Madrid a finales del XIX y expuestas en el parque del Retiro, flotando en las aguas del lago del Palacio de Cristal. Toda la planta baja está dedicada a Asia, principalmente a Filipinas, la mayoría de los objetos que aquí se muestran pertenecen a la cultura de esta antigua colonia española.
Hay poca gente hoy -acudieron 46.024 visitantes en todo el año 2008- y eso hace agradable el paseo por la colección. Puede uno concentrarse y tratar de imaginar a los hombres que alguna vez estuvieron dentro de las armaduras vacías, que se enfundaron en estos vestidos, que usaron estos utensilios. Al fondo, en la sala dedicada a las grandes religiones orientales (budismo, hinduismo e islam), se puede admirar una escultura entre fálica y ovoide, llamada lingam, que representa a Shiva, el dios hindú destructor y bailarín de cuatro brazos.
Algunas de las piezas más curiosas se encuentran en la sala dedicada a los orígenes del museo. Aquí el visitante puede retrotraerse a tiempos pretéritos: paredes rojas, muebles de madera regia, grandes puertas blancas, cierto aire de novela de misterio decimonónica. En sus comienzos el museo se dedicaba a la antropología física y la anatomía, así que la sala está presidida por el muy bizarro Gigante Extremeño: un esqueleto y un vaciado de yeso del que fue, probablemente, el español más alto jamás nacido. Medía 2,35 metros, padecía acromegalia patológica, y se ganaba la vida como freak en ferias y circos cuando el doctor Velasco, el eminente anatomista que fundó y sufragó el museo con su propio capital, lo descubrió y decidió pagarle una pensión vitalicia a cambio de recibir, a la muerte del Gigante, su cadáver. Un pacto propio de Fausto. El Gigante se vino a Madrid a dilapidar su sueldo en una vida libertina y tabernaria. Cuando el doctor Velasco se preocupó por su salud, ante tal desenfreno, el Gigante le restó importancia: "Cuanto antes muera yo, antes cobrará usted". Falleció poco después, a los 26 años. Desde entonces su esqueleto se expone en el museo para deleite de los curiosos.
También descansa aquí la momia guanche, un extraño óleo de un negro pío (con manchas blancas en la mayor parte de su cuerpo), un gran armario lleno de cráneos deformados por diferentes patologías y traumatismos, un esqueleto de mono, e incluso una cabeza momificada del Egipto faraónico.
El rey Alfonso XII inauguró esta institución en 1875 bajo la dirección de Velasco. En la misma sala cuelga el retrato del doctor, al lado del de su amadísima hija Conchita. Dicen las malas lenguas que cuando Conchita murió, muy joven, Velasco muy afectado, embalsamó su cadáver con tal pericia que durante años pudo guardar su cuerpo incorrupto en una vitrina. Dicen incluso que, a veces, la sentaba a la mesa durante la cena o la paseaba en un carruaje, al anochecer, por los alrededores del museo. El museo desmiente tales historias. Sin embargo, autores como Marco Besas, coautor del libro Madrid oculto, donde se refiere prolijamente la historia, no descarta que el doctor Velasco conservase el cuerpo de su hija: "Al fin y al cabo era un hombre acostumbrado a tratar con cadáveres. Para él no sería tan extraño como nos puede parecer a nosotros".
Viajemos ahora a África: en la segunda planta se reconstruye la cultura de varios pueblos. En un sofá descansa Alberto: "Vengo de visitar El Escorial y el Museo del Prado y, aunque esto no es tan conocido, me llamó la atención". A su lado está Lissette, su acompañante, que viene desde Puerto Rico. ¿Qué es lo que más os ha gustado? "A mí las cosas del budismo", dice Lissette. "Pues a mí las máscaras africanas", responde Alberto.
La planta tercera, dedicada al continente americano está cerrada por obras por el momento. Pilar Romero de Tejada, directora, explica los fines que persigue el museo: "Tenemos un fuerte compromiso con la multiculturalidad, la diversidad, el fomento del conocimiento del otro". Con tal fin se organizan talleres infantiles, ciclos de cine, conciertos, conferencias o exposiciones temporales, como la que se puede visitar actualmente, La ruta prometida, sobre los cayucos que parten de Senegal.
Autor: SERGIO C. FANJUL
Fuente: El País
Fecha: 29/04/2009
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