María nació en 1894. Su madre murió en el parto, y su padre, que quería que fuera monja, la envió al hospicio de León cuando tenía 6 años. Al cumplir los 18, María abandonó el hospicio, y empezó a ganarse la vida dando clases de piano y solfeo a familias pudientes. Poco después, puso un colegio para niñas y se casó con un militar con el que tuvo a su único hijo, Laurentino. Su marido moriría en el desastre de Annual (Marruecos). Ella siguió adelante con su carrera de maestra, primero como interina y luego nacional. Tras pasar un tiempo destinada en Canarias, regresó al pueblo de Bercianos del Parmo, se casó de nuevo, con otro maestro.
Al estallar la Guerra Civil, se convirtieron en uno de los objetivos preferidos de los hombres de Franco, especialmente, en la montaña leonesa. En el pueblo donde María y Eusebio González, padre de tres hijas, daban clases el secretario, su mujer y el cura se pusieron enseguida del bando de los falangistas. Estaban sentenciados. La noche del 30 de septiembre de 1936 en un pueblo cercano, Lario, fueron fusilados a la orilla de una carretera. Los vecinos aún recuerdan los gritos de las víctimas, que oyeron desde el pueblo. Uno de los asesinos, natural de Polvoredo, desvistió a María, antes o después de matarla, porque poco después, su mujer apareció en el pueblo luciendo su abrigo y su bolso.
Laurentino, hoy un anciano, espera poder encontrarla en la tierra que han comenzado a excavar hoy los arqueólogos de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica.
"Vinieron a buscarla la noche del 30 de septiembre del 36..."
Laurentino, de 91 años, recuerda a su madre, la maestra fusilada que los arqueólogos buscan en León
Mientras esperaba, nervioso, alguna noticia de los arqueólogos que arañaban la tierra buscando los restos de su madre, María de los Desamparados Blanco, Laurentino, de 91 años, explicó quién era aquella mujer y cómo había acabado en aquella fosa de Lario (León) con otro maestro, Eusebio González, al que prácticamente acababa de conocer:
"Los fascistas vinieron a buscarla la noche del 30 de septiembre de 1936. Yo estaba durmiendo. Me despertó y me dijo: Mañana estoy aquí. Tú tranquilo. Los fascistas le habían dicho que necesitaban llevársela para que declarara en León en el juicio de otro maestro. Mi padrastro vio cómo la subían en un coche con otro maestro, Eusebio, totalmente pálido. Cuando ella quiso volver a entrar en casa a por dinero, Eusebio le dijo: María, donde vamos, no lo vas a necesitar. Mi padrastro oyó aquello. Antes de marcharse, los fascistas le dijeron: Y mañana vamos a por ti."
El padre de Laurentino, militar, había desaparecido en el desastre de Annual, la derrota militar española ante los rifeños en 1921. "Yo tenía entonces tres años. A los nueve, declararon a mi padre muerto, a mi madre viuda y a mí, huérfano militar", cuenta. Su madre, que había creado un colegio para niñas y daba clases de piano a las familias pudientes de la zona, se casó poco después con otro maestro. "Al día siguiente de que mataran a mi madre fui en bicicleta a ver al jefe local de Falange, a Riaño. Le expliqué que mi padre había muerto en Marruecos, que a mi madre la habían matado la noche anterior y que a mi padrastro estaban a punto de hacerlo también. Me dijo: vete tranquilo. Y paró la ejecución".
Fue la primera vez que le salvó la vida a su padrastro. La segunda fue cuando se alistó en la División Azul para interceder por él. "Había desertado del ejército y estaban a punto de procesarlo". Iba a caerle una pena de muerte o 30 años. Al final lo liberaron.
La División Azul era un salvoconducto para el resto de la familia. "Yo conocí a un comunista que se había alistado para salvar a su padre", cuenta.
Sin embargo, Laurentino iría poco a poco perdiendo relación con aquel hombre al que había librado de la muerte en dos ocasiones. "Se me metió en la cabeza que a mi madre la habían matado por las ideas de él".
Y hubo un día que estuvo a punto de tomarse la justicia por su mano. "Al volver de la División Azul, como tenía algo de dinero, cogí un taxi y me fui al bar de la familia que creía que había denunciado a mi madre. Llevaba una bomba y una parabellum y entré dispuesto a hacer una barbaridad, pero el taxista me convenció..."
Algunos vecinos le contaron después que además de aquella familia, también estaba implicado el cura del pueblo y que oyeron a su madre rezar antes de ser fusilada. "Era muy católica. No faltaba un día a misa". "Uno de los asesinos le quitó la ropa y se la regaló a su mujer, porque luego la vieron por el pueblo paseando con el abrigo de mi madre. Ojalá esté aquí".
Autor: Natalia Junquera
Fuente: El País
Fecha: 27/08/2009