Asumo que el lector conocerá de sobra, o al menos habrá oído hablar en un sinnúmero de ocasiones, la existencia del gran yacimiento de Atapuerca (Burgos). Su descubrimiento y la aparición de un nuevo homínido –el Homo antecessor- revolucionaron el conocimiento que se tenía del género humano y su llegada a Europa. Dado que los restos más antiguos de homínidos se dataron entre los 750.000-780.000 años, daba la impresión de que la Humanidad había puesto sus pies por vez primera en el Viejo Continente empezando por la Península Ibérica –o era lógico pensar en ello como una posibilidad sólida-.
Pero hay más puntos en el mapa europeo que hacen que Atapuerca, sin perder por ello validez, no sea tan "única" en su clase. Uno de esos lugares, situado en la República de Georgia –que no se debe confundir con el Estado norteamericano- es el yacimiento de Dmanisi, al suroeste de Tiflis, donde aparecieron restos de homínidos –a un tipo se le denominó, en el año 2002, como Homo georgicus- e industria lítica asociada con una antigüedad más que comparable a la de la tierra burgalesa. Otro, casi desconocido por el gran público, siendo un auténtico "pecado" para los habitantes de la Península Ibérica, es el sitio arqueológico de Orce.
La localidad de Orce se encuentra comprendida dentro de la provincia de Granada, a unos 145 kilómetros de la capital y en la frontera con la tierra de Almería. En el año 1982 el territorio saltó a la fama en los campos de la Historia y la Paleontología, aunque ya se trabajaba en el lugar desde 1976. En la pedanía de Venta Micena, dentro del municipio de Orce, las diferentes excavaciones encabezadas por Josep Gilbert i Clols, del Instituto de Paleontología de Sabadell, sacaron a la luz interesantes restos prehistóricos. Semejante fuente de conocimientos ofreció un regalo de lo más trascendente y a la postre polémico.
Ni más ni menos que unos huesos pequeños, una calota craneal, formada por dos parietales y un interparietal, fragmentada y parcialmente fusionada con una ganga calcárea en su cara interior. La zona, dentro de la cuenca de Guadix-Baza, había sido en el Pleistoceno -entre los 2,6 millones de años y los 11.000/10.000 años antes del presente- muy rica en corrientes de agua, existiendo un lago en la zona de Orce que acumuló una enorme cantidad de restos animales, pudiendo rastrearse en múltiples puntos del municipio.
Líos en la cronología
Las excavaciones de Gilbert, J. Agustí y S. Moyà-Solà en otros puntos de la localidad y en el yacimiento de Cueva Victoria (Cartagena) dieron con nuevos elementos que sacudieron a la comunidad científica. En la última localidad citada apareció, en 1984, un hueso pequeño, una mera falange que se pensó que era humana. ¿Y por qué era todo tan "especial"?, ¿a qué venía tanto revuelo? Simplemente a que la cronología otorgada a los restos distaba mucho de casar con la que se "suponía" que debían tener. Los métodos de palomagnetismo –que mide las variaciones de polaridad terrestre, un fenómeno cíclico en el devenir de nuestro planeta- y bioestratigráfico –usando los restos faunísticos ya datados para fechar los niveles estratigráficos- rubricaban los huesos de Orce y Cueva Victoria con letras de oro.
Las fechas los situaban aproximadamente en 1,3-1,5 millones de años en el caso del primero y cerca de 800.000 para el segundo, por lo que no eran ni Homo sapiens ni Neanderthales, si no muy anteriores. En Atapuerca, por las mismas fechas, concretamente en la llamada Sima de los Huesos, los fósiles hallados apenas se remontaban a los 300.000 años y los más antiguos de Europa –los de Mauer en Alemania- a medio millón. De hecho cronológicamente los restos se adscribían al Homo erectus o incluso al habilis –por ahora el primero del género Homo- y el doble de antiguos que el Homo antecesor.
Evidentemente la noticia saltó a los medios de comunicación que glorificaron el descubrimiento como uno de los más importantes de la década. Pues si eran tan antiguos y propios de Habilis/Erectus era plausible teorizar acerca de su llegada a Europa por la Península Ibérica. Así, las tierras de España y Portugal se convertían en la puerta del Viejo Continente o lo que es lo mismo: el origen de los europeos estaba en Iberia.
Pero el tiempo, como en un juego de azar, siempre envida sus cartas y estas no siempre se muestran favorables. En esos primeros años de la década de los ochenta el interés internacional era grande y no fueron pocos los que quisieron echar un vistazo más de cerca. Dos grandes especialistas franceses, Henry y Marie Antoinette Lumley, examinaron los restos del denominado VM-0 como se "matriculó" al supuesto homínido y declararon su interés por el seguimiento de las investigaciones. Hasta insistieron en limpiar y examinar la cara interna, lo que dejó al descubierto una superficie anómala que alertó a los expertos.
No era algo incompatible con el ser humano, pues podía ser una mera anomalía orgánica, de las centenares que existen en la naturaleza de nuestra especie. Aún así se comenzó a decir que el cráneo era de un équido joven, desplomando como un castillo de naipes todo el planteamiento acerca de la entrada de los seres humanos antes de lo sostenido hasta aquel día. Más aún, los medios de comunicación deformaron estos datos y las habladurías, que más que correr vuelan y con rumbo certero pero dañino, acusaron a los descubridores de incapaces o peor aún, de fraude. El "burro de Orce" fue la comidilla de esos años.
Veredicto internacional dudoso
Con un veredicto internacional dudoso y ante la enorme duda que representaba el nuevo descubrimiento –que venía acompañado de "sospechosas" dádivas de las autoridades para la continuación de los trabajos y la inauguración de un museo- el equipo se dividió. Agustí y Moyà-Solà se desmarcaron aceptando el veredicto de que el fragmento de cráneo no correspondía a un ser humano mientras que Gilbert siguió defendiendo con firmeza su autenticidad hasta su muerte en el 2007.
El especialista, que acabó por dejar de excavar en la zona, realizó numerosos estudios del territorio, la fauna asociada y los mimos. Contó con la colaboración del doctor Doménec Campillo, reputado especialista en patologías antiguas, que después de un detallado análisis forense llegó a afirmar que era más probable que fuera humano que animal. Y aunque sus resultados fueron confirmados por las universidades de Granada y California, Gilbert no se quedó ahí. Junto con Martínez Navarro realizaron un estudio tafonómico –esto es, interesado en el proceso de formación de los fósiles, que varía en cuanto a su naturaleza- y anatómico para demostrar que tanto la transformación en fósil como sus formas y medidas correspondían con el género humano. Los resultados tafonómicos fueron positivamente rotundos y los anatómicos encontraron todas las semejanzas a excepción de la anomalía escamosa que lo había hecho sospechoso de fraudulento. Y eso sin contar con la industria lítica de Barranco de León y Fuente Nueva, también en tierras de Orce que se dataron en más de un millón de años.
Y si antes he descrito al viejo Cronos como irregular en su curso, ahora me reafirmo en lo dicho. En el año 2006 un equipo arqueológico desenterró el esqueleto de una niña de época romana en Tarragona –conocida técnicamente como LP-511- que presentaba, en los huesos del cráneo, las mismas irregularidades que el de Orce. El mismo Emiliano Aguirre, uno de los descubridores de Atapuerca, declaró que ante estas evidencias lo lógico era aceptar que los restos de Orce eran humanos. Sin embargo en estos años Paul Palmqvist, de la Universidad de Málaga –que en su día ayudó a Gilbert- y Moyà-Solà- han seguido argumentando –y de manera muy sólida- en contra, llegando a acusar su defensor de cometer un engaño, casi como una repetición del famoso Niño de Piltdown de principios del siglo XX.
Fuente: El Reservado
Fecha: 24/06/2010
Pero hay más puntos en el mapa europeo que hacen que Atapuerca, sin perder por ello validez, no sea tan "única" en su clase. Uno de esos lugares, situado en la República de Georgia –que no se debe confundir con el Estado norteamericano- es el yacimiento de Dmanisi, al suroeste de Tiflis, donde aparecieron restos de homínidos –a un tipo se le denominó, en el año 2002, como Homo georgicus- e industria lítica asociada con una antigüedad más que comparable a la de la tierra burgalesa. Otro, casi desconocido por el gran público, siendo un auténtico "pecado" para los habitantes de la Península Ibérica, es el sitio arqueológico de Orce.
La localidad de Orce se encuentra comprendida dentro de la provincia de Granada, a unos 145 kilómetros de la capital y en la frontera con la tierra de Almería. En el año 1982 el territorio saltó a la fama en los campos de la Historia y la Paleontología, aunque ya se trabajaba en el lugar desde 1976. En la pedanía de Venta Micena, dentro del municipio de Orce, las diferentes excavaciones encabezadas por Josep Gilbert i Clols, del Instituto de Paleontología de Sabadell, sacaron a la luz interesantes restos prehistóricos. Semejante fuente de conocimientos ofreció un regalo de lo más trascendente y a la postre polémico.
Ni más ni menos que unos huesos pequeños, una calota craneal, formada por dos parietales y un interparietal, fragmentada y parcialmente fusionada con una ganga calcárea en su cara interior. La zona, dentro de la cuenca de Guadix-Baza, había sido en el Pleistoceno -entre los 2,6 millones de años y los 11.000/10.000 años antes del presente- muy rica en corrientes de agua, existiendo un lago en la zona de Orce que acumuló una enorme cantidad de restos animales, pudiendo rastrearse en múltiples puntos del municipio.
Líos en la cronología
Las excavaciones de Gilbert, J. Agustí y S. Moyà-Solà en otros puntos de la localidad y en el yacimiento de Cueva Victoria (Cartagena) dieron con nuevos elementos que sacudieron a la comunidad científica. En la última localidad citada apareció, en 1984, un hueso pequeño, una mera falange que se pensó que era humana. ¿Y por qué era todo tan "especial"?, ¿a qué venía tanto revuelo? Simplemente a que la cronología otorgada a los restos distaba mucho de casar con la que se "suponía" que debían tener. Los métodos de palomagnetismo –que mide las variaciones de polaridad terrestre, un fenómeno cíclico en el devenir de nuestro planeta- y bioestratigráfico –usando los restos faunísticos ya datados para fechar los niveles estratigráficos- rubricaban los huesos de Orce y Cueva Victoria con letras de oro.
Las fechas los situaban aproximadamente en 1,3-1,5 millones de años en el caso del primero y cerca de 800.000 para el segundo, por lo que no eran ni Homo sapiens ni Neanderthales, si no muy anteriores. En Atapuerca, por las mismas fechas, concretamente en la llamada Sima de los Huesos, los fósiles hallados apenas se remontaban a los 300.000 años y los más antiguos de Europa –los de Mauer en Alemania- a medio millón. De hecho cronológicamente los restos se adscribían al Homo erectus o incluso al habilis –por ahora el primero del género Homo- y el doble de antiguos que el Homo antecesor.
Evidentemente la noticia saltó a los medios de comunicación que glorificaron el descubrimiento como uno de los más importantes de la década. Pues si eran tan antiguos y propios de Habilis/Erectus era plausible teorizar acerca de su llegada a Europa por la Península Ibérica. Así, las tierras de España y Portugal se convertían en la puerta del Viejo Continente o lo que es lo mismo: el origen de los europeos estaba en Iberia.
Pero el tiempo, como en un juego de azar, siempre envida sus cartas y estas no siempre se muestran favorables. En esos primeros años de la década de los ochenta el interés internacional era grande y no fueron pocos los que quisieron echar un vistazo más de cerca. Dos grandes especialistas franceses, Henry y Marie Antoinette Lumley, examinaron los restos del denominado VM-0 como se "matriculó" al supuesto homínido y declararon su interés por el seguimiento de las investigaciones. Hasta insistieron en limpiar y examinar la cara interna, lo que dejó al descubierto una superficie anómala que alertó a los expertos.
No era algo incompatible con el ser humano, pues podía ser una mera anomalía orgánica, de las centenares que existen en la naturaleza de nuestra especie. Aún así se comenzó a decir que el cráneo era de un équido joven, desplomando como un castillo de naipes todo el planteamiento acerca de la entrada de los seres humanos antes de lo sostenido hasta aquel día. Más aún, los medios de comunicación deformaron estos datos y las habladurías, que más que correr vuelan y con rumbo certero pero dañino, acusaron a los descubridores de incapaces o peor aún, de fraude. El "burro de Orce" fue la comidilla de esos años.
Veredicto internacional dudoso
Con un veredicto internacional dudoso y ante la enorme duda que representaba el nuevo descubrimiento –que venía acompañado de "sospechosas" dádivas de las autoridades para la continuación de los trabajos y la inauguración de un museo- el equipo se dividió. Agustí y Moyà-Solà se desmarcaron aceptando el veredicto de que el fragmento de cráneo no correspondía a un ser humano mientras que Gilbert siguió defendiendo con firmeza su autenticidad hasta su muerte en el 2007.
El especialista, que acabó por dejar de excavar en la zona, realizó numerosos estudios del territorio, la fauna asociada y los mimos. Contó con la colaboración del doctor Doménec Campillo, reputado especialista en patologías antiguas, que después de un detallado análisis forense llegó a afirmar que era más probable que fuera humano que animal. Y aunque sus resultados fueron confirmados por las universidades de Granada y California, Gilbert no se quedó ahí. Junto con Martínez Navarro realizaron un estudio tafonómico –esto es, interesado en el proceso de formación de los fósiles, que varía en cuanto a su naturaleza- y anatómico para demostrar que tanto la transformación en fósil como sus formas y medidas correspondían con el género humano. Los resultados tafonómicos fueron positivamente rotundos y los anatómicos encontraron todas las semejanzas a excepción de la anomalía escamosa que lo había hecho sospechoso de fraudulento. Y eso sin contar con la industria lítica de Barranco de León y Fuente Nueva, también en tierras de Orce que se dataron en más de un millón de años.
Y si antes he descrito al viejo Cronos como irregular en su curso, ahora me reafirmo en lo dicho. En el año 2006 un equipo arqueológico desenterró el esqueleto de una niña de época romana en Tarragona –conocida técnicamente como LP-511- que presentaba, en los huesos del cráneo, las mismas irregularidades que el de Orce. El mismo Emiliano Aguirre, uno de los descubridores de Atapuerca, declaró que ante estas evidencias lo lógico era aceptar que los restos de Orce eran humanos. Sin embargo en estos años Paul Palmqvist, de la Universidad de Málaga –que en su día ayudó a Gilbert- y Moyà-Solà- han seguido argumentando –y de manera muy sólida- en contra, llegando a acusar su defensor de cometer un engaño, casi como una repetición del famoso Niño de Piltdown de principios del siglo XX.
Fuente: El Reservado
Fecha: 24/06/2010
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