Los vascos no son genéticamente diferentes del resto de los españoles. Algo parecido a esto se ha podido leer u oír desde hace algunos días en diferentes medios de comunicación. La afirmación se basa en un estudio que se acaba de publicar y que dice ser el más amplio jamás realizado sobre genética de las poblaciones ibéricas. Según el estudio, las diferencias genéticas encontradas anteriormente entre la población vasca y otras poblaciones no son debidas a que tengan diferentes orígenes, sino a razones de otra naturaleza.
La especie humana (nuestra especie humana) surgió hace cerca de doscientos mil años en África. Hace cosa de cuarenta mil llegaron a Europa los primeros hombres y mujeres, y unos cuantos miles de años después se dedicaron a pintar las cuevas en las que se refugiaban. Hace cosa de veinte mil años hacía tanto frío que casi toda Europa estaba cubierta de hielo. Como la Península Ibérica era de los pocos lugares donde se podía vivir, desde aquí se volvió a expandir el ser humano por el continente cuando se retiraron los hielos. Ésa parece ser la razón de que en ciertos aspectos casi todos los europeos nos parezcamos mucho entre nosotros, porque por línea femenina casi todos tenemos nuestro origen en la Península. La línea masculina es algo diferente, porque al parecer esa línea procede de Anatolia. La trajeron los varones de Oriente Próximo, junto con la agricultura y la ganadería tras el advenimiento del Neolítico, en un proceso que empezó hace diez mil años y que acabó en Irlanda hace unos seis mil. Esto es al menos lo que sostienen Balaresque y colaboradores en la revista científica PloS Bio (8) y a mí me parece que es bastante lógico. Se deduce que a las mujeres europeas autóctonas les gustaban más los forasteros que venían de Oriente, seguramente porque eran más pudientes que los autóctonos. Es lo que tenían la recolección y la caza, que daban menos que la agricultura y la ganadería.
Lo que acabo de contar, por lo que sé, vale igual para vascos que para sorianos, por poner un ejemplo, y aunque en todo ese peregrinar por el tiempo se hubiesen producido diferencias genéticas entre unos y otros, en realidad la cosa no habría tenido la más mínima importancia. Por eso, nunca pude entender por qué hace unos cuantos años algunos afirmaban ufanos que los vascos tienen el factor RH negativo, como si la nobleza dependiera del RH. Y por lo mismo, tampoco entiendo por qué ahora otros, igual de ufanos, manifiestan su alborozo por que la ciencia haya puesto, por fin, las cosas en su sitio. ¡Quién sabe, además, qué otra vuelta dará la tuerca antropogenética! ¡Quién sabe qué aspecto de la cuestión será iluminado más adelante!
Todos los seres humanos somos diferentes unos de otros. Y a la vez, todos los seres humanos somos iguales, igualmente humanos y acreedores de los mismos derechos fundamentales. No sólo lo hemos decidido así, sino que además la ciencia nos ha enseñado que las diferencias dentro de cada grupo humano son mayores que las que hay entre distintos grupos. Por eso es absurdo que nadie se regocije o acongoje con que haya o deje de haber diferencias genéticas.
Pero la cosa no queda ahí.
Se da la circunstancia de que todos esos estudios en los que se habla de vascos, extremeños, gallegos o murcianos se hacen con personas cuyos abuelos -al menos los abuelos- también lo son. Esto es, siendo salmantino de nacimiento y procediendo casi todos mis ascendientes conocidos hasta el siglo XVII del noroeste de Salamanca, yo no entraría dentro del universo de 'vascos' del que tratan esos estudios. Y la verdad es que no sólo me tengo por tal, sino que la ley también lo hace, porque tengo los mismos derechos y obligaciones que el resto de ciudadanos vascos. Por esa razón, es mayúscula mi incomprensión de los regocijos y congojas. Dicho con otras palabras: tanto los que se alegran cuando la ciencia dice que hay diferencias, como los que se alegran cuando dice que no las hay, pecan del mismo modo. Ambos consideran vascos sólo a los nietos de personas originarias de Vasconia. Y lo cierto es que esa condición, la procedencia de sus abuelos, carece absolutamente de importancia, y desde luego, de efecto político alguno.
No sólo carece de importancia y de efectos políticos, sino que, además, la procedencia de los abuelos tampoco constituye fundamento ninguno de un proyecto político. Hablo -creo que está claro- de un proyecto político nacional. Un proyecto político tal puede tener el fundamento que cada cual quiera darle. Por regla general hay un sentimiento de pertenencia a una comunidad y a esa comunidad se la quiere dotar de una particular naturaleza político-administrativa. Elementos culturales, tradiciones, lengua o religión, entre otros, pueden ser los rasgos que caracterizan a la comunidad; son ésos que, en ocasiones, denominamos identitarios, porque definen una identidad colectiva. Esos elementos suelen estar en la base de los proyectos políticos nacionales, proyectos que, además, aspiran a ofrecer a sus ciudadanos las mejores condiciones de vida posibles.
El perfil genético de individuos y grupos humanos tiene, por razones diversas, interés científico; aporta información acerca de nuestro pasado, de los movimientos poblacionales que siguieron a la salida de África o de cómo progresó el Neolítico en Europa, por ejemplo. Pero si de proyectos políticos se trata, las variantes genéticas carecen del más mínimo interés, y no porque existan o no tales variantes -eso es del todo irrelevante-, sino porque los proyectos políticos, también los proyectos nacionales, tienen otros fundamentos y razón de ser.
Fuente: El Correo
Fecha: 03/03/2010
La especie humana (nuestra especie humana) surgió hace cerca de doscientos mil años en África. Hace cosa de cuarenta mil llegaron a Europa los primeros hombres y mujeres, y unos cuantos miles de años después se dedicaron a pintar las cuevas en las que se refugiaban. Hace cosa de veinte mil años hacía tanto frío que casi toda Europa estaba cubierta de hielo. Como la Península Ibérica era de los pocos lugares donde se podía vivir, desde aquí se volvió a expandir el ser humano por el continente cuando se retiraron los hielos. Ésa parece ser la razón de que en ciertos aspectos casi todos los europeos nos parezcamos mucho entre nosotros, porque por línea femenina casi todos tenemos nuestro origen en la Península. La línea masculina es algo diferente, porque al parecer esa línea procede de Anatolia. La trajeron los varones de Oriente Próximo, junto con la agricultura y la ganadería tras el advenimiento del Neolítico, en un proceso que empezó hace diez mil años y que acabó en Irlanda hace unos seis mil. Esto es al menos lo que sostienen Balaresque y colaboradores en la revista científica PloS Bio (8) y a mí me parece que es bastante lógico. Se deduce que a las mujeres europeas autóctonas les gustaban más los forasteros que venían de Oriente, seguramente porque eran más pudientes que los autóctonos. Es lo que tenían la recolección y la caza, que daban menos que la agricultura y la ganadería.
Lo que acabo de contar, por lo que sé, vale igual para vascos que para sorianos, por poner un ejemplo, y aunque en todo ese peregrinar por el tiempo se hubiesen producido diferencias genéticas entre unos y otros, en realidad la cosa no habría tenido la más mínima importancia. Por eso, nunca pude entender por qué hace unos cuantos años algunos afirmaban ufanos que los vascos tienen el factor RH negativo, como si la nobleza dependiera del RH. Y por lo mismo, tampoco entiendo por qué ahora otros, igual de ufanos, manifiestan su alborozo por que la ciencia haya puesto, por fin, las cosas en su sitio. ¡Quién sabe, además, qué otra vuelta dará la tuerca antropogenética! ¡Quién sabe qué aspecto de la cuestión será iluminado más adelante!
Todos los seres humanos somos diferentes unos de otros. Y a la vez, todos los seres humanos somos iguales, igualmente humanos y acreedores de los mismos derechos fundamentales. No sólo lo hemos decidido así, sino que además la ciencia nos ha enseñado que las diferencias dentro de cada grupo humano son mayores que las que hay entre distintos grupos. Por eso es absurdo que nadie se regocije o acongoje con que haya o deje de haber diferencias genéticas.
Pero la cosa no queda ahí.
Se da la circunstancia de que todos esos estudios en los que se habla de vascos, extremeños, gallegos o murcianos se hacen con personas cuyos abuelos -al menos los abuelos- también lo son. Esto es, siendo salmantino de nacimiento y procediendo casi todos mis ascendientes conocidos hasta el siglo XVII del noroeste de Salamanca, yo no entraría dentro del universo de 'vascos' del que tratan esos estudios. Y la verdad es que no sólo me tengo por tal, sino que la ley también lo hace, porque tengo los mismos derechos y obligaciones que el resto de ciudadanos vascos. Por esa razón, es mayúscula mi incomprensión de los regocijos y congojas. Dicho con otras palabras: tanto los que se alegran cuando la ciencia dice que hay diferencias, como los que se alegran cuando dice que no las hay, pecan del mismo modo. Ambos consideran vascos sólo a los nietos de personas originarias de Vasconia. Y lo cierto es que esa condición, la procedencia de sus abuelos, carece absolutamente de importancia, y desde luego, de efecto político alguno.
No sólo carece de importancia y de efectos políticos, sino que, además, la procedencia de los abuelos tampoco constituye fundamento ninguno de un proyecto político. Hablo -creo que está claro- de un proyecto político nacional. Un proyecto político tal puede tener el fundamento que cada cual quiera darle. Por regla general hay un sentimiento de pertenencia a una comunidad y a esa comunidad se la quiere dotar de una particular naturaleza político-administrativa. Elementos culturales, tradiciones, lengua o religión, entre otros, pueden ser los rasgos que caracterizan a la comunidad; son ésos que, en ocasiones, denominamos identitarios, porque definen una identidad colectiva. Esos elementos suelen estar en la base de los proyectos políticos nacionales, proyectos que, además, aspiran a ofrecer a sus ciudadanos las mejores condiciones de vida posibles.
El perfil genético de individuos y grupos humanos tiene, por razones diversas, interés científico; aporta información acerca de nuestro pasado, de los movimientos poblacionales que siguieron a la salida de África o de cómo progresó el Neolítico en Europa, por ejemplo. Pero si de proyectos políticos se trata, las variantes genéticas carecen del más mínimo interés, y no porque existan o no tales variantes -eso es del todo irrelevante-, sino porque los proyectos políticos, también los proyectos nacionales, tienen otros fundamentos y razón de ser.
Fuente: El Correo
Fecha: 03/03/2010
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