Pocas veces se había realizado un esfuerzo conjunto de comprensión similar a éste. Once investigaciones diferentes, todas ellas en un mismo número especial de Science, para reunir todo lo que se sabe sobre uno de los homínidos más antiguos de los que se tiene noticia, Ardipithecus ramidus, un antepasado de los humanos actuales que prosperó en lo que hoy es Etiopía hace casi cuatro millones y medio de años. Lo que le sitúa muy cerca del momento en que se cree que vivió el último ancestro común entre humanos y chimpancés.
Prácticamente a diario algún paleontólogo, en alguna parte del mundo, añade una nueva pieza al rompecabezas de la evolución humana y extrae, bien a partir de algún nuevo fósil, artefacto o análisis genético, algún dato que contribuye a aclarar nuestros orígenes. Sin embargo, muy pocas veces ocurre que, de golpe, un fósil espectacular deje al descubierto un capítulo completo de nuestra historia primitiva. Algo así sucedió, por ejemplo, en 1974 con el hallazgo de Lucy, una pequeña hembra de Australopithecus afarensis de 3,2 millones de años que demostró que los homínidos aprendieron a caminar erguidos mucho antes de que sus cerebros crecieran.
POCO MÁS DE UN METRO
Desde entonces, sin embargo, los científicos se han esforzado en vano en llegar un poco más lejos. ¿Cómo eran los antepasados de Lucy? ¿Habían aprendido ya a caminar o se desplazaban aún apoyándose en sus nudillos? ¿Vivían en los árboles como los monos o habían conquistado ya las praderas? Las respuestas permanecían en el aire, y los restos fósiles que las guardaban estaban ocultos bajo tierra y lejos del alcance de los paleontólogos. Ahora, un grupo multidisciplinar de investigadores presenta a Ardi, un esqueleto parcial, también femenino, del que puede ser, con 4,4 millones de años, el homínido más antiguo que se conoce hasta ahora. Ardi no medía más de un metro veinte y su peso debió de rondar los cincuenta kilogramos.
Se piensa que el último antepasado común entre humanos y chimpancés prosperó en África hace, como mínimo, seis millones de años, aunque aún no se han encontrado restos de ningún ejemplar. Por eso, aunque muy antiguo, Ardi no lo es tanto como para ser considerado ese antepasado común, aunque sí que conserva muchas de sus características anatómicas. Si pudiéramos ver uno vivo, nos resultaría extrañamente familiar, ya que nos parecería un mono, sí, pero con una serie de rasgos que sólo poseemos nosotros. Los Ardipithecus son hasta un millón de años más antiguos que Lucy. Y hasta que empezaron a aparecer los primeros restos (descubiertos en 1992 por Tim White), apenas si se conocía algún fósil de homínido que fuera anterior a ella.
Sin embargo, la cosa no ha sido tan sencilla, ya que desde el principio las opiniones se dividieron entre quienes pensaban que, efectivamente, había que colocar a Ardipithecus en la misma rama evolutiva de los homínidos y quienes, por el contrario, lo situaban claramente entre los simios. Ahora, el compendio de estudios e investigaciones que publica Science esta semana ofrece la más completa descripción científica que se haya realizado nunca sobre Ardiphitecus ramidus. Muchas de las investigaciones se centran en los restos parciales de Ardi. No es el fósil de homínido primitivo más antiguo que se conoce, pero desde luego sí que es el más completo de todos los que manejan hoy los científicos. A través de detallados análisis del cráneo, los dientes, la pelvis, las manos y los pies de Ardi, los investigadores han podido ir reconstruyendo el retrato completo de una criatura en la que se mezclan los rasgos primitivos de los primates del Mioceno con otros que fueron heredados después, en exclusiva, por los homínidos que vinieron más tarde.
CAMINABA ERGUIDA
El número especial de Science incluye un artículo general, tres que describen el entorno en el que vivió Ardipithecus, cinco que analizan al detalle diferentes partes de su anatomía y dos más en los que se discuten las implicaciones de toda esta nueva información en la evolución de nuestra propia especie. En total, 47 investigadores de todo el mundo han colaborado en la elaboración de este macro estudio. Entre los autores principales se encuentra el propio Tim White, de la Universidad de California, que descubrió la especie, junto al investigador etíope Berhane Asfaw, el japonés Gen Suwa y los norteamericanos Giday WoldeGabriel, del Laboratorio Nacional de Los Alamos y C. Owen Lovejoy, de la Kent State University. Además de los estudios, cada uno de los autores se ha molestado, en esta ocasión, en escribir un breve artículo explicativo sobre sus conclusiones.
Para sorpresa de los científicos, Ardi no se parece en nada a los chimpancés y gorilas actuales, pero sí que tiene indudables analogías con nuestra propia especie. «Nos hemos encontrado con un antepasado, no con un chimpancé», asegura el propio Tim White. Muy al contrario, el esqueleto de Ardi, junto a fragmentos sueltos de otros 35 individuos de Ardipithecus ramidus, sacan a la luz un nuevo tipo de homínido primitivo que no es ni chimpancé ni humano. Una especie que el equipo de investigadores cree que puede estar en la misma línea evolutiva que desembocó en los Australopithecus como Lucy. Los fósiles de Ardi constituyen un nuevo escalón evolutivo en la historia de los homínidos.
En los once artículos de Science se desvela el aspecto que debió de tener Ardi, la forma en que se movía, el ambiente en que vivió. Esta hembra de Ardipithecus tenía la misma estatura y tamaño cerebral que un chimpancé actual. Pero no se apoyaba sobre sus nudillos al caminar, y no vivía en sólo en los árboles, sino que podía caminar erguida sobre sus dos piernas y se alimentaba, probablemente, de nueces, insectos y pequeños roedores. La existencia de un pulgar oponible en sus pies revela, sin embargo, que Ardi sí que estaba en condiciones de desplazarse entre las ramas con agilidad. De hecho, se la considera como un «bípedo facultativo», una criatura que vivía entre los dos mundos, el suelo y los árboles, y que pasaba de uno a otro con entera naturalidad. Como dijo Tim White en cierta ocasión, «si quieres encontrar algo que se mueva como lo hacían estas criaturas, tienes que ir un bar de la Guerra de las Galaxias». Su hallazgo arroja nueva luz en la controversia del origen del bipedalismo, que evolucionó mucho antes de que los homínidos dejaran definitivamente los árboles.
Quince largos años han tardado los científicos reunir los suficientes fósiles como para presentar oficialmente a Ardi. Las primeras pistas de esta extraña criatura llegaron el 17 de diciembre de 1992, cuando Gen Suwa, uno de los estudiantes de White, encontró en pleno desierto, cerca del poblado de Aramis, un molar que identificó como humano. Durante días, el equipo de White exploró los alrededores hasta encontrar la mandíbula inferior a la que ese molar pertenecía. Un molar, por cierto, que ya daba pistas sobre un homínido más antiguo que Lucy. White presentó entonces su hallazgo en Nature como una serie de fósiles fragmentarios que pertenecieron «posiblemente» a una antigua especie de homínido. Sólo en años sucesivos fueron apareciendo el resto de los huesos hasta ahora encontrados de Ardi: partes de la mano, de la pelvis, piernas, pies, tobillos, brazos, mandíbulas y cráneo.
Autor: José Manuel Nieves
Fuente: El País Digital
Fecha: 02/10/2009
Prácticamente a diario algún paleontólogo, en alguna parte del mundo, añade una nueva pieza al rompecabezas de la evolución humana y extrae, bien a partir de algún nuevo fósil, artefacto o análisis genético, algún dato que contribuye a aclarar nuestros orígenes. Sin embargo, muy pocas veces ocurre que, de golpe, un fósil espectacular deje al descubierto un capítulo completo de nuestra historia primitiva. Algo así sucedió, por ejemplo, en 1974 con el hallazgo de Lucy, una pequeña hembra de Australopithecus afarensis de 3,2 millones de años que demostró que los homínidos aprendieron a caminar erguidos mucho antes de que sus cerebros crecieran.
POCO MÁS DE UN METRO
Desde entonces, sin embargo, los científicos se han esforzado en vano en llegar un poco más lejos. ¿Cómo eran los antepasados de Lucy? ¿Habían aprendido ya a caminar o se desplazaban aún apoyándose en sus nudillos? ¿Vivían en los árboles como los monos o habían conquistado ya las praderas? Las respuestas permanecían en el aire, y los restos fósiles que las guardaban estaban ocultos bajo tierra y lejos del alcance de los paleontólogos. Ahora, un grupo multidisciplinar de investigadores presenta a Ardi, un esqueleto parcial, también femenino, del que puede ser, con 4,4 millones de años, el homínido más antiguo que se conoce hasta ahora. Ardi no medía más de un metro veinte y su peso debió de rondar los cincuenta kilogramos.
Se piensa que el último antepasado común entre humanos y chimpancés prosperó en África hace, como mínimo, seis millones de años, aunque aún no se han encontrado restos de ningún ejemplar. Por eso, aunque muy antiguo, Ardi no lo es tanto como para ser considerado ese antepasado común, aunque sí que conserva muchas de sus características anatómicas. Si pudiéramos ver uno vivo, nos resultaría extrañamente familiar, ya que nos parecería un mono, sí, pero con una serie de rasgos que sólo poseemos nosotros. Los Ardipithecus son hasta un millón de años más antiguos que Lucy. Y hasta que empezaron a aparecer los primeros restos (descubiertos en 1992 por Tim White), apenas si se conocía algún fósil de homínido que fuera anterior a ella.
Sin embargo, la cosa no ha sido tan sencilla, ya que desde el principio las opiniones se dividieron entre quienes pensaban que, efectivamente, había que colocar a Ardipithecus en la misma rama evolutiva de los homínidos y quienes, por el contrario, lo situaban claramente entre los simios. Ahora, el compendio de estudios e investigaciones que publica Science esta semana ofrece la más completa descripción científica que se haya realizado nunca sobre Ardiphitecus ramidus. Muchas de las investigaciones se centran en los restos parciales de Ardi. No es el fósil de homínido primitivo más antiguo que se conoce, pero desde luego sí que es el más completo de todos los que manejan hoy los científicos. A través de detallados análisis del cráneo, los dientes, la pelvis, las manos y los pies de Ardi, los investigadores han podido ir reconstruyendo el retrato completo de una criatura en la que se mezclan los rasgos primitivos de los primates del Mioceno con otros que fueron heredados después, en exclusiva, por los homínidos que vinieron más tarde.
CAMINABA ERGUIDA
El número especial de Science incluye un artículo general, tres que describen el entorno en el que vivió Ardipithecus, cinco que analizan al detalle diferentes partes de su anatomía y dos más en los que se discuten las implicaciones de toda esta nueva información en la evolución de nuestra propia especie. En total, 47 investigadores de todo el mundo han colaborado en la elaboración de este macro estudio. Entre los autores principales se encuentra el propio Tim White, de la Universidad de California, que descubrió la especie, junto al investigador etíope Berhane Asfaw, el japonés Gen Suwa y los norteamericanos Giday WoldeGabriel, del Laboratorio Nacional de Los Alamos y C. Owen Lovejoy, de la Kent State University. Además de los estudios, cada uno de los autores se ha molestado, en esta ocasión, en escribir un breve artículo explicativo sobre sus conclusiones.
Para sorpresa de los científicos, Ardi no se parece en nada a los chimpancés y gorilas actuales, pero sí que tiene indudables analogías con nuestra propia especie. «Nos hemos encontrado con un antepasado, no con un chimpancé», asegura el propio Tim White. Muy al contrario, el esqueleto de Ardi, junto a fragmentos sueltos de otros 35 individuos de Ardipithecus ramidus, sacan a la luz un nuevo tipo de homínido primitivo que no es ni chimpancé ni humano. Una especie que el equipo de investigadores cree que puede estar en la misma línea evolutiva que desembocó en los Australopithecus como Lucy. Los fósiles de Ardi constituyen un nuevo escalón evolutivo en la historia de los homínidos.
En los once artículos de Science se desvela el aspecto que debió de tener Ardi, la forma en que se movía, el ambiente en que vivió. Esta hembra de Ardipithecus tenía la misma estatura y tamaño cerebral que un chimpancé actual. Pero no se apoyaba sobre sus nudillos al caminar, y no vivía en sólo en los árboles, sino que podía caminar erguida sobre sus dos piernas y se alimentaba, probablemente, de nueces, insectos y pequeños roedores. La existencia de un pulgar oponible en sus pies revela, sin embargo, que Ardi sí que estaba en condiciones de desplazarse entre las ramas con agilidad. De hecho, se la considera como un «bípedo facultativo», una criatura que vivía entre los dos mundos, el suelo y los árboles, y que pasaba de uno a otro con entera naturalidad. Como dijo Tim White en cierta ocasión, «si quieres encontrar algo que se mueva como lo hacían estas criaturas, tienes que ir un bar de la Guerra de las Galaxias». Su hallazgo arroja nueva luz en la controversia del origen del bipedalismo, que evolucionó mucho antes de que los homínidos dejaran definitivamente los árboles.
Quince largos años han tardado los científicos reunir los suficientes fósiles como para presentar oficialmente a Ardi. Las primeras pistas de esta extraña criatura llegaron el 17 de diciembre de 1992, cuando Gen Suwa, uno de los estudiantes de White, encontró en pleno desierto, cerca del poblado de Aramis, un molar que identificó como humano. Durante días, el equipo de White exploró los alrededores hasta encontrar la mandíbula inferior a la que ese molar pertenecía. Un molar, por cierto, que ya daba pistas sobre un homínido más antiguo que Lucy. White presentó entonces su hallazgo en Nature como una serie de fósiles fragmentarios que pertenecieron «posiblemente» a una antigua especie de homínido. Sólo en años sucesivos fueron apareciendo el resto de los huesos hasta ahora encontrados de Ardi: partes de la mano, de la pelvis, piernas, pies, tobillos, brazos, mandíbulas y cráneo.
Autor: José Manuel Nieves
Fuente: El País Digital
Fecha: 02/10/2009
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