Entrevista a José María Bermúdez de Castro, codirector de Atapuerca que lleva tres décadas estudiando la evolución humana, y algunas de sus conclusiones son inquietantes.
Muy poco nos separa de nuestros primos hermanos los chimpancés y aún somos esclavos de los impulsos biológicos. En su nuevo libro, La evolución del talento (Editorial Debate), además de dar una extensa cura de humildad, muestra lo que se conoce sobre la evolución humana y trata de explicar cómo ese viaje condujo a la especie al lugar en el que se encuentra.
Pregunta. Compartimos muchas características con otros primates, pero tenemos capacidades intelectuales superiores. ¿Podríamos fomentarlas para alejarnos de especies como los chimpancés?
R. No lo veo tan sencillo. No se puede dejar atrás esa parte de nosotros, es prácticamente imposible. Compartimos un porcentaje altísimo de los genes operativos con los chimpancés. Tenemos un antepasado común hace seis millones de años con ellos, y eso es muy poco en términos evolutivos. Gracias a que hay unos cambios climáticos hace dos o tres millones de años, hemos evolucionado en unas circunstancias distintas a las de los chimpancés, pero antes no nos habíamos diferenciado tanto. Desde el punto de vista anatómico tenemos algunas diferencias: un cerebro más grande, con algunas regiones corticales seis veces mayores, la pinza de precisión Pero otros rasgos anatómicos no han cambiado. Si hacemos una disección de un chimpancé hay muchas similitudes. Nuestro comportamiento tiene mucho en común: la territorialidad, la jerarquía, el liderazgo, el sexo Estos rasgos pueden estar enmascarados por la cultura, pero no han cambiado. Somos tan territoriales como los chimpancés u otros animales. Nuestra biología nos marca y somos esclavos de ella. Ahora toca mirarse al espejo, pensar en quiénes somos y con eso que somos vamos a tratar de modificar el comportamiento para hacernos más humanos en el buen sentido.
P. Si no se modifican esos rasgos animales ¿será posible hacer frente a grandes problemas como el cambio climático o la superpoblación, que requerirían renunciar a los impulsos básicos?
R. Es muy difícil que se renuncie a esos impulsos. Hay políticos que tienen sensibilidad e intentan arreglar, por ejemplo, el problema del cambio climático y fomentar un desarrollo sostenible. Pero los políticos tropiezan con los intereses de personas y empresas, que dicen que lo importante es ganar dinero y prosperar. Lo otro implica renunciar a muchas cosas. Si queremos un desarrollo sostenible, en primer lugar deberíamos tener un desarrollo equilibrado con los países del Tercer Mundo. Hay gente que puede tener voluntad, pero no todo el mundo va a hacer lo mismo. Hay una barrera biológica.
P. Esta incapacidad para cambiar la propia naturaleza y adaptarse es lo que provoca las extinciones. ¿Nos extinguiremos?
R. Somos diferentes de otros animales porque tenemos cultura, pero somos genes, carne y hueso como otras especies. Las posturas catastrofistas no gustan a nadie. Todo el mundo esconde la cabeza, y si se habla de esas catástrofes la gente se va de las conferencias. Pero existe la posibilidad. Mi colega Eudald Carbonell defiende que puede haber un colapso de la especie. No una extinción, pero una reducción de la especie a unos niveles aceptables, un equilibrio. Como pasa con todos los animales que alcanzan el nivel de plaga, y nosotros somos una plaga del planeta, cuando acaban con los recursos sus poblaciones caen hasta que logran un equilibrio con el medio. No es catastrofismo, es ecología.
P. ¿El sapienscentrismo ha ralentizado la comprensión de la evolución humana?
R. Venimos de una idea antropocentrista en la que el ser humano era centro de todo. Las primeras investigaciones que se realizan sobre evolución humana tratan de buscar ese ser humano más inteligente que otros animales. Posteriores hallazgos mostraron que procedíamos de especies con una capacidad craneal muy pequeña, que eran más primitivos que nosotros, pero resulta que los heidelbergensis, los neandertales o los antecessor tenían unas capacidades cognitivas similares a las que podrían tener los primeros sapiens que aparecieron en África hace 200.000 años o los que vivieron hace 50.000 años. Ellos y nosotros teníamos una tecnología muy parecida y sólo hace muy poco fuimos capaces de dominar otras que nos pudieron dar el éxito. Y quizá sea solo cuestión de un par de cambios genéticos.
P. Sustituir las interpretaciones mitológicas del mundo o a Dios por el conocimiento científico de la humanidad, ¿puede ser aceptable para la mayoría de las personas?
R. No es nada sencillo, porque somos espirituales por naturaleza. Es muy curioso que los humanos que estábamos en el vértice de la pirámide ecológica como especie poderosa, social, cazadora incluso respecto a los leones del Pleistoceno recurriésemos a unos seres sobrenaturales para que nos favoreciesen y nos ayudasen. Prescindir de la espiritualidad es muy complicado y yo no voy a decir a nadie que deje de ser religioso. Chocaría contra el 95% de la humanidad y no es ese mi interés.
P. La parte final del libro habla sobre la salud mental. La depresión, ¿es un problema actual o ya afectaba a otras especies de primates?
R. El estrés es un estado natural de todas las especies para sobrevivir. Un gamo, por ejemplo, debe estar alerta: comiendo pero viendo qué hay a su alrededor. Eso es normal y necesario y nosotros hemos tenido ese nivel necesario en el pasado. Lo que pasa es que en los últimos 50 años el nivel de alerta se ha incrementado mucho. La química del organismo, el cortisol, por ejemplo, puede servir para hacer frente al estrés, pero si esa situación dura demasiado, el cortisol se convierte en un veneno para el cuerpo.
Autor: Daniel Mediavilla
Fuente: Público
Fecha: 01/02/2010
Muy poco nos separa de nuestros primos hermanos los chimpancés y aún somos esclavos de los impulsos biológicos. En su nuevo libro, La evolución del talento (Editorial Debate), además de dar una extensa cura de humildad, muestra lo que se conoce sobre la evolución humana y trata de explicar cómo ese viaje condujo a la especie al lugar en el que se encuentra.
Pregunta. Compartimos muchas características con otros primates, pero tenemos capacidades intelectuales superiores. ¿Podríamos fomentarlas para alejarnos de especies como los chimpancés?
R. No lo veo tan sencillo. No se puede dejar atrás esa parte de nosotros, es prácticamente imposible. Compartimos un porcentaje altísimo de los genes operativos con los chimpancés. Tenemos un antepasado común hace seis millones de años con ellos, y eso es muy poco en términos evolutivos. Gracias a que hay unos cambios climáticos hace dos o tres millones de años, hemos evolucionado en unas circunstancias distintas a las de los chimpancés, pero antes no nos habíamos diferenciado tanto. Desde el punto de vista anatómico tenemos algunas diferencias: un cerebro más grande, con algunas regiones corticales seis veces mayores, la pinza de precisión Pero otros rasgos anatómicos no han cambiado. Si hacemos una disección de un chimpancé hay muchas similitudes. Nuestro comportamiento tiene mucho en común: la territorialidad, la jerarquía, el liderazgo, el sexo Estos rasgos pueden estar enmascarados por la cultura, pero no han cambiado. Somos tan territoriales como los chimpancés u otros animales. Nuestra biología nos marca y somos esclavos de ella. Ahora toca mirarse al espejo, pensar en quiénes somos y con eso que somos vamos a tratar de modificar el comportamiento para hacernos más humanos en el buen sentido.
P. Si no se modifican esos rasgos animales ¿será posible hacer frente a grandes problemas como el cambio climático o la superpoblación, que requerirían renunciar a los impulsos básicos?
R. Es muy difícil que se renuncie a esos impulsos. Hay políticos que tienen sensibilidad e intentan arreglar, por ejemplo, el problema del cambio climático y fomentar un desarrollo sostenible. Pero los políticos tropiezan con los intereses de personas y empresas, que dicen que lo importante es ganar dinero y prosperar. Lo otro implica renunciar a muchas cosas. Si queremos un desarrollo sostenible, en primer lugar deberíamos tener un desarrollo equilibrado con los países del Tercer Mundo. Hay gente que puede tener voluntad, pero no todo el mundo va a hacer lo mismo. Hay una barrera biológica.
P. Esta incapacidad para cambiar la propia naturaleza y adaptarse es lo que provoca las extinciones. ¿Nos extinguiremos?
R. Somos diferentes de otros animales porque tenemos cultura, pero somos genes, carne y hueso como otras especies. Las posturas catastrofistas no gustan a nadie. Todo el mundo esconde la cabeza, y si se habla de esas catástrofes la gente se va de las conferencias. Pero existe la posibilidad. Mi colega Eudald Carbonell defiende que puede haber un colapso de la especie. No una extinción, pero una reducción de la especie a unos niveles aceptables, un equilibrio. Como pasa con todos los animales que alcanzan el nivel de plaga, y nosotros somos una plaga del planeta, cuando acaban con los recursos sus poblaciones caen hasta que logran un equilibrio con el medio. No es catastrofismo, es ecología.
P. ¿El sapienscentrismo ha ralentizado la comprensión de la evolución humana?
R. Venimos de una idea antropocentrista en la que el ser humano era centro de todo. Las primeras investigaciones que se realizan sobre evolución humana tratan de buscar ese ser humano más inteligente que otros animales. Posteriores hallazgos mostraron que procedíamos de especies con una capacidad craneal muy pequeña, que eran más primitivos que nosotros, pero resulta que los heidelbergensis, los neandertales o los antecessor tenían unas capacidades cognitivas similares a las que podrían tener los primeros sapiens que aparecieron en África hace 200.000 años o los que vivieron hace 50.000 años. Ellos y nosotros teníamos una tecnología muy parecida y sólo hace muy poco fuimos capaces de dominar otras que nos pudieron dar el éxito. Y quizá sea solo cuestión de un par de cambios genéticos.
P. Sustituir las interpretaciones mitológicas del mundo o a Dios por el conocimiento científico de la humanidad, ¿puede ser aceptable para la mayoría de las personas?
R. No es nada sencillo, porque somos espirituales por naturaleza. Es muy curioso que los humanos que estábamos en el vértice de la pirámide ecológica como especie poderosa, social, cazadora incluso respecto a los leones del Pleistoceno recurriésemos a unos seres sobrenaturales para que nos favoreciesen y nos ayudasen. Prescindir de la espiritualidad es muy complicado y yo no voy a decir a nadie que deje de ser religioso. Chocaría contra el 95% de la humanidad y no es ese mi interés.
P. La parte final del libro habla sobre la salud mental. La depresión, ¿es un problema actual o ya afectaba a otras especies de primates?
R. El estrés es un estado natural de todas las especies para sobrevivir. Un gamo, por ejemplo, debe estar alerta: comiendo pero viendo qué hay a su alrededor. Eso es normal y necesario y nosotros hemos tenido ese nivel necesario en el pasado. Lo que pasa es que en los últimos 50 años el nivel de alerta se ha incrementado mucho. La química del organismo, el cortisol, por ejemplo, puede servir para hacer frente al estrés, pero si esa situación dura demasiado, el cortisol se convierte en un veneno para el cuerpo.
Autor: Daniel Mediavilla
Fuente: Público
Fecha: 01/02/2010
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