Cuando en 2003 empezaron las excavaciones paleontológicas cerca del pueblo turolense de Riodeva, sus habitantes no salían del asombro: compartían territorio con los extintos dinosaurios. Desde el primer descubrimiento hasta el más reciente hace unas semanas, un pequeño grupo de paleontólogos ‘invade’ cada año los alrededores de Teruel en busca de restos fósiles. SINC pasa un día con estos expertos, cuya presencia en la zona ya no sorprende a nadie.
De camino al yacimiento de Barrihonda-El Humero (Teruel), pasando cerca de una mina de caolines, los colores de las rocas ya indican la ruta para llegar al lugar donde se han encontrado los fósiles del mayor dinosaurio de Europa. Una vez en el campo de trabajo, el silencio acapara a los científicos y un sentimiento les une: el deseo de hallar un hueso más para completar el esqueleto del gigante Turiasaurius riodevensis y añadirlo al registro.
Pico, pala, rastrillo y carretilla para el trabajo de excavación. Algo que contrasta con la imagen bucólica del paleontólogo que, pincel en mano, limpia el yacimiento. Toca trabajar, y duro, bajo el calor y la esperanza de descubrir un fósil, una ilusión que se desvanece a lo largo del día.
Sin embargo, para Eduardo Espilez, Paco Gascó y Sandra García, la labor diaria es sostenible, sobre todo porque “la excavación en el yacimiento dura como mucho cuatro meses al año”. El equipo de ocho o nueve paleontólogos y un restaurador de la Fundación Conjunto Paleontológico de Teruel-Dinópolis se coordinan y compaginan los trabajos de excavación con la investigación en laboratorio.
Pero hasta finales de julio, su tarea es excavar. Una actividad que, sin contar con algunas molestias físicas, disfrutan plenamente. Incluso durante sus vacaciones, como es el caso de Eduardo que se va a Marruecos, siguen excavando en busca de cualquier rastro de vida milenaria.
Tras una larga mañana en el yacimiento, los paleontólogos se toman un descanso y se dirigen al único restaurante de Riodeva, el pueblo más cercano, con 200 habitantes. Salvo Sandra, que ha iniciado sus prácticas recientemente, los paleontólogos son ya conocidos de Pedro, el dueño de “El Salón”, donde se reúnen a la hora de la comida policías, obreros de la mina y paleontólogos.
El generoso menú les da fuerzas para seguir unas horas más. Lo que para algunos es un gran trabajo físico, para ellos es “algo casi instintivo”. Eduardo cuenta que incluso cuando pasa por la carretera se fija en los estratos de las rocas, los pliegues y formas de la tierra y piensa: “¡Qué pinta más buena tiene aquello!”.
Los tres jóvenes paleontólogos no pierden de vista la tierra en la que trabajan. En lo que todo el mundo ve piedras, ellos ven dientes de dinosaurios carnívoros, restos óseos de dinosaurios incrustados en rocas, o escamas de pez perfectamente conservadas durante millones de años. Su agudeza visual, conocimiento y experiencia les permite identificar al momento la anatomía de un hueso fosilizado, siempre manteniendo la calma. Aunque siempre hay algún grito si se encuentra un hueso importante.
Un sueño: ser el Indiana Jones de los dinosaurios
Durante su adolescencia, los científicos se preguntaban cómo debían hacer para convertirse en lo que más anhelaban, algo que tenían claro desde muy pequeños.
“Si tenía que elegir un juguete, tenía que ser un dinosaurio; si era un libro, tenía que ser sobre fauna jurásica”, explica Paco. Con tesón, esfuerzo y mucho trabajo, lo han conseguido, sacrificando incluso estar más lejos de su lugar de residencia, como es el caso de Paco y Sandra.
A su pasión por los dinosaurios en la infancia, se une la afición por caminar por el campo, el contacto con los animales, y el interés por los minerales y los fósiles. Los tres coinciden en mantener un estilo de vida tranquilo, sin aglomeraciones ni ruido. Al ser de Teruel o de pueblos cercanos a Valencia lo que más aprecian es el contacto con la naturaleza, lejos de la agitación de las grandes ciudades.
Este carácter se refleja en su trabajo, siempre discreto, pero apasionante. En los más de 50 yacimientos que existen en la provincia de Teruel, los paleontólogos están servidos, aunque declaran no “ser ambiciosos por tener más yacimientos abiertos”. Según Eduardo, la razón es que no tienen mucho más tiempo.
Tener la paciencia e ímpetu para buscar fósiles día tras día, sin encontrar nada durante largas semanas, es una virtud que debe trabajarse. Hoy existen dos vías para ser paleontólogo: estudiar la carrera de Geología o la de Biología, y después, especializarse.
Se acaba el día. A la espera del próximo hallazgo, los paleontólogos permanecen serenos pico y pala en mano con los ojos fijados en el suelo. Nunca saben qué descubrimiento les aguarda, pero están seguros de que pronto llegará una recompensa: un hueso que lleva millones de años esperando a ser desenterrado y que permitirá saber un poco más de los dinosaurios.
Autor: Adelina Marcos
Fuente: SINC
Fecha: 26/06/2009
De camino al yacimiento de Barrihonda-El Humero (Teruel), pasando cerca de una mina de caolines, los colores de las rocas ya indican la ruta para llegar al lugar donde se han encontrado los fósiles del mayor dinosaurio de Europa. Una vez en el campo de trabajo, el silencio acapara a los científicos y un sentimiento les une: el deseo de hallar un hueso más para completar el esqueleto del gigante Turiasaurius riodevensis y añadirlo al registro.
Pico, pala, rastrillo y carretilla para el trabajo de excavación. Algo que contrasta con la imagen bucólica del paleontólogo que, pincel en mano, limpia el yacimiento. Toca trabajar, y duro, bajo el calor y la esperanza de descubrir un fósil, una ilusión que se desvanece a lo largo del día.
Sin embargo, para Eduardo Espilez, Paco Gascó y Sandra García, la labor diaria es sostenible, sobre todo porque “la excavación en el yacimiento dura como mucho cuatro meses al año”. El equipo de ocho o nueve paleontólogos y un restaurador de la Fundación Conjunto Paleontológico de Teruel-Dinópolis se coordinan y compaginan los trabajos de excavación con la investigación en laboratorio.
Pero hasta finales de julio, su tarea es excavar. Una actividad que, sin contar con algunas molestias físicas, disfrutan plenamente. Incluso durante sus vacaciones, como es el caso de Eduardo que se va a Marruecos, siguen excavando en busca de cualquier rastro de vida milenaria.
Tras una larga mañana en el yacimiento, los paleontólogos se toman un descanso y se dirigen al único restaurante de Riodeva, el pueblo más cercano, con 200 habitantes. Salvo Sandra, que ha iniciado sus prácticas recientemente, los paleontólogos son ya conocidos de Pedro, el dueño de “El Salón”, donde se reúnen a la hora de la comida policías, obreros de la mina y paleontólogos.
El generoso menú les da fuerzas para seguir unas horas más. Lo que para algunos es un gran trabajo físico, para ellos es “algo casi instintivo”. Eduardo cuenta que incluso cuando pasa por la carretera se fija en los estratos de las rocas, los pliegues y formas de la tierra y piensa: “¡Qué pinta más buena tiene aquello!”.
Los tres jóvenes paleontólogos no pierden de vista la tierra en la que trabajan. En lo que todo el mundo ve piedras, ellos ven dientes de dinosaurios carnívoros, restos óseos de dinosaurios incrustados en rocas, o escamas de pez perfectamente conservadas durante millones de años. Su agudeza visual, conocimiento y experiencia les permite identificar al momento la anatomía de un hueso fosilizado, siempre manteniendo la calma. Aunque siempre hay algún grito si se encuentra un hueso importante.
Un sueño: ser el Indiana Jones de los dinosaurios
Durante su adolescencia, los científicos se preguntaban cómo debían hacer para convertirse en lo que más anhelaban, algo que tenían claro desde muy pequeños.
“Si tenía que elegir un juguete, tenía que ser un dinosaurio; si era un libro, tenía que ser sobre fauna jurásica”, explica Paco. Con tesón, esfuerzo y mucho trabajo, lo han conseguido, sacrificando incluso estar más lejos de su lugar de residencia, como es el caso de Paco y Sandra.
A su pasión por los dinosaurios en la infancia, se une la afición por caminar por el campo, el contacto con los animales, y el interés por los minerales y los fósiles. Los tres coinciden en mantener un estilo de vida tranquilo, sin aglomeraciones ni ruido. Al ser de Teruel o de pueblos cercanos a Valencia lo que más aprecian es el contacto con la naturaleza, lejos de la agitación de las grandes ciudades.
Este carácter se refleja en su trabajo, siempre discreto, pero apasionante. En los más de 50 yacimientos que existen en la provincia de Teruel, los paleontólogos están servidos, aunque declaran no “ser ambiciosos por tener más yacimientos abiertos”. Según Eduardo, la razón es que no tienen mucho más tiempo.
Tener la paciencia e ímpetu para buscar fósiles día tras día, sin encontrar nada durante largas semanas, es una virtud que debe trabajarse. Hoy existen dos vías para ser paleontólogo: estudiar la carrera de Geología o la de Biología, y después, especializarse.
Se acaba el día. A la espera del próximo hallazgo, los paleontólogos permanecen serenos pico y pala en mano con los ojos fijados en el suelo. Nunca saben qué descubrimiento les aguarda, pero están seguros de que pronto llegará una recompensa: un hueso que lleva millones de años esperando a ser desenterrado y que permitirá saber un poco más de los dinosaurios.
Autor: Adelina Marcos
Fuente: SINC
Fecha: 26/06/2009
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